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La tristeza.

Cuando estéis tristes, decidlo. 
Siempre encontraréis a vuestro lado un amigo dispuesto a escucharos.

"El profe me ha dado una nota para mi madre. La he leído. Dice que necesita hablar con ella porque yo estoy mal. Se la he puesto en la mesilla, debajo del tazón lleno de leche que le dejé por la mañana. He metido en el microondas la tortilla congelada que compré en el supermercado y me he comido la mitad. La otra mitad la puse en un plato en la mesilla, al lado del tazón de leche. Mi madre sigue igual, con los ojos rojos que miran sin ver y el pelo, que ya no brilla, desparramado sobre la almohada. Huele a sudor la habitación, pero cuando abrí la persiana ella me gritó. Dice que si no se ve el sol es como si no corriesen los días, pero eso no es cierto. Yo sé que los días corren porque la lavadora está llena de ropa sucia y en el lavavajillas no cabe nada más, pero sobre todo lo sé por la tristeza que está encima de los muebles. La tristeza es un polvo blanco que lo llena todo. Al principio es divertida. Se puede escribir sobre ella, “tonto el que lo lea”, pero, al día siguiente, las palabras no se ven porque hay más tristeza sobre ellas. El profesor dice que estoy mal porque en clase me distraigo y es que no puedo dejar de pensar que un día ese polvo blanco cubrirá del todo a mi madre y lo hará conmigo. Y cuando mi padre vuelva, la tristeza habrá borrado el “te quiero” que le escribo cada noche sobre la mesa del comedor."
"LA TRISTEZA", Rosario Barros Peña (España, 1935)
Tomado de Francisco Rodríguez Criado, en su blog NarrativaBreve

Conocerse a sí mismo.

Estamos hechos de emociones y pensamientos. Lo que sentimos y pensamos influye en cada instante de nuestra vida hasta el punto de que 'nos vamos haciendo', es decir, vamos construyendo nuestra personalidad, nuestra manera de ser sin ser conscientes de toda esa carga de emociones y pensamientos que van fluyendo vertiginosamente por nuestra cabeza y nuestro corazón. Y cuando queremos darnos cuenta, ya somos como somos. Y a veces no nos gustamos, ni a nosotros mismos ni a los demás. Y no conseguimos ser felices. Nos sentimos frustrados... ¡A veces ni siquiera sabemos cómo somos!
¿Habías pensado algunas vez en estas cosas?
Hoy te invito a que visites esta página: Kliquers, y te tomes tu tiempo para conocerte a ti mismo.
 Nadie ha dado un consejo mejor que este, del filósofo griego Sócrates
"¡Conócete a ti mismo!"

Las manos de los deseos

Ya sabéis que las manos pueden decir muchas cosas. Y no me refiero solo al lenguaje de signos, donde las manos son el único código posible para la comunicación. Con las manos señalamos, aplaudimos, amenazamos o nos protegemos de la amenaza, acariciamos o golpeamos, mostramos nuestra sorpresa o nuestro dolor, ¡y hasta podemos 'decir' tacos! (¿quién no le ha puesto los cuernos en una foto a un amigo...?). Por otro lado, también es sabido que las líneas de las manos dicen mucho de nuestro futuro y en ellas nos leen el porvenir los quiromantes. Y los acupuntores saben en lugar exacto de la geografía de nuestra mano donde tienen su reflejo cada parte de nuestro cuerpo.
Reconocida la importancia de las manos, no es extraño que a alguien (a más de uno; gente genial) se le haya ocurrido utilizarlas para algo más que para pedir limosna o concederla: ¿por qué no aprovechar los cinco dedos para poner a prueba nuestros cinco sentidos? ¿por qué no tatuar en ellas cinco deseos? O diez, ¿por qué no?
Dicho y hecho. Ahí van las manos de este 2ºA de Secundaria Curso 2014-2015. ¡Ojalá cumpláis todos todos todos vuestros deseos!
(Dale la mano para abrir todas)

La palabra "llorar".

Para terminar este trimestre (como regalo de Navidad) os dejo este pequeño relato de un gran hombre, Gianni Rodari (1920-1980), que dedicó su vida a la enseñanza, en concreto a la lengua (sobre todo a la creatividad y a la "gramática de la fantasía"...). Os recomiendo su lectura. Podéis leerla en el enlace que os facilito en la cita.

Esta historia todavía no ha sucedido, pero seguramente sucederá mañana. Dice así:
Mañana, una buena y anciana maestra condujo a sus discípulos, en fila de dos, a visitar el Museo del Tiempo Que Fue, donde se hallan recogidas las cosas de antes que ya no sirven, como la corona del rey, la cola del traje de la reina, el tranvía de Monza, etcétera.
En una pequeña vitrina, un poco polvorienta, había la palabra “Llorar”.
Los alumnos de Mañana leyeron el cartelito, pero no lo entendieron.
- Señora, ¿qué significa?
-¿Es una joya antigua?
-¿Pertenecía quizás a los etruscos?
La maestra les explicó que antiguamente aquella palabra era muy empleada, y hacía daño. Les mostró un frasquito en el que se guardaban unas lágrimas: quizás las derramó un esclavo al ser golpeado por su amo, quizás un niño que no tenía hogar.
- Parece agua – dijo uno de los discípulos.
- Pero picaba y quemaba – dijo la maestra.
- ¿La hacían hervir antes de utilizarla?...
En realidad, los colegiales no lo entendían; es más, ya empezaban a aburrirse. Entonces la maestra les acompañó a visitar otras secciones del Museo donde había cosas más fáciles de entender, como las rejas de una prisión, un perro guardián, el tranvía de Monza, etcétera, cosas todas ellas que ya no existían en el feliz país de Mañana.

Gianni Rodari.

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