Mostrando entradas con la etiqueta GoytisoloJuan. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta GoytisoloJuan. Mostrar todas las entradas

Juan Goytisolo: discurso Premio Cervantes

He aquí un escritor con toda su coherencia de 84 años a cuestas, 
comprometido en la defensa de los más débiles, 
y de los marginados, los excluidos, los divergentes, los heterodoxos. 
He aquí el hombre que defiende integrar culturas, lenguas, religiones, 
abolir fronteras (no digamos ya muros o vallas...)
como única vía de auténtico conocimiento, justicia y hermandad.
He aquí un Quijote redivivo, vestido de humilde ciudadano, 
entre pastores (muy cultos) con esmoquin 
y nobleza varia de la corte de los Duques (Reyes),
dando su discurso de la Edad de Oro.
Léelo completo AQUÍ


JUAN GOYTISOLO: PREMIO CERVANTES 2014

¡Ya era hora! A los 83 años, por fin, los honorables académicos se han convencido de los méritos de Juan Goytisolo. Como novelista, Goytisolo ha ido jalonando cada etapa de nuestra novela desde los años 50 del siglo XX hasta hoy, con títulos magistrales entre los que podemos citar "Juegos de manos", "Duelo en el paraíso" (1955), "La resaca", "Fiestas" (1958), "Fin de fiesta", "Campos de Níjar", "La Chanca" (1962), "Señas de identidad" (1966), "Reivindicación del conde don Julián" (1967), "Juan sin tierra"...
Sus novelas, ensayos, reportajes y libros de viajes son una búsqueda de la identidad de los pueblos, una mirada crítica a la realidad actual y también histórica del mundo y de España (de la que llega a renegar), un análisis de los modos de vida de las gentes para desmontar las falacias y las mentiras y reivindicar siempre a los que la nación dejó sin su voz. Goytisolo no es solo maestro de la lengua castellana, experimentador e innovador del discurso narrativo, sino también y principalmente un hombre íntegro, con un mensaje ético que ha defendido con el ejemplo durante sus 83 años de vida.
Como ejemplo de su escritura, este fragmento de "Campos de Níjar"

"Durante unos minutos caminamos los dos en silencio. La carretera parece alargarse indefinidamente delante de nosotros. El viejo lleva el cenacho cubierto con un trozo de saco y le pregunto si aún le quedan tunas.
-¿Tunas? Por qué?
-Ayer por la tarde, ¿no estaba usted en Níjar?
-Sí, señor
-Es que me pareció verle allí en el mercado.
-¿Y todavía dice usté si me quedan tunas?
El viejo se detiene y me mira casi con rabia.
-Las que usté quiera. Tenga. Se las regalo.
-No le había dicho eso ...
-Pues se lo digo yo. Cójalas. Y, si no le gustan, escúpalas. No me ofenderé.
Ha quitado el saco de encima y me enseña el cesto, lleno de chumbos hasta los bordes.
-Quince docenas. Se las doy gratis.
-Se lo agradezco mucho pero ...
-No debe agradecerme nada. Nadie las quiere. Tengo mi mujer en la cama, con fiebre. Necesito ganar dinero y ¿qué hago? coger varias docenas de tunas e irme al pueblo. imbécil que soy! La gente prefiere que le pidan limosna en la cara.
El viejo deja caer las palabras lentamente, con voz ronca, y se vuelve hacia mí.
-¿Las sabe usté cortar?
-Sí
-Entonces, venga. Le daré tenedor y cuchillo.
-¿Ahora?
-Si, ahora. Estarán un poco calientes, pero es igual. Frías, tampoco tientan a nadie.
En la linde de la carretera hay una higuera amarilla y raquítica, pero de alguna sombra. Nos sentamos en el suelo y el viejo me tiende el cuchillo y el tenedor.
-Coma usté las que quiera. Al cabo igual tendría que echarlas.
Yo digo que saben distinto que en Cataluña y el viejo calla
Y se mira las manos.
-Prefiero estas. Son mucho más sabrosas.
-Lo dice usté para ser amable y se lo agradezco.
-No. Es la pura verdad.
[…]
La música monocorde de las cigarras pone sordina a sus pa¬labras. En la llanura el sol brilla como un tumor de fuego.
[…]
-En su país debe llover. Siempre he querido ir a un país donde haya lluvia pero nunca lo he hecho, y ahora ... Está ya duro el alcacer para zampoñas ...
Las palabras salen difícilmente de sus labios y mira absorto a su alrededor.
-Aquí han pasado años y años sin caer una gota, y mi mujer y yo sembrando cebada como estúpidos, esperando algún milagro ... Un verano se secó todo y tuvimos que sacrificar las bestias. Un borrico que compre al acabar la guerra se murió también. No se puede usté imaginar lo que fue aquello ...
La llanura humea en torno a nosotros. Una banda de cuer¬vos vuela graznando hacia Níjar. El cielo sigue imperturbablemente azul. El canto de las cigarras brota como una sorda protesta del suelo.
-Nosotros solo vivimos de las tunas. La tierra no da para otra cosa. Cuando pasamos hambre nos llenamos el estómago hasta atracarnos. ¿Cuántas dijo que se comía usté?
-No sé, docenas.
-En casa hemos llegado a tomar centenares. El año pasado, antes de que mi mujer cayera enferma, le dije: "Come, haz igual que yo, a ver si reventamos de una vez", pero los pobres tenemos el pellejo muy duro.
EL viejo parece verdaderamente desesperado y como hace ademán de levantarse y escampar, me incorporo también.
-¿A cuánto las vende usted?-digo.
EL viejo vuelca las tunas por el suelo y se mira las alpargatas.
-No se las he vendido. Se las he regalado.
Torpemente saco un billete de la cartera.
-Es una caridad-dice el viejo enrojeciendo--. Me da usté una limosna.
-Es por las tunas.
-Las tunas no valen nada. Déjeme pedirle como los otros.
Por la carretera pasa una motocicleta armando gran ruido. EI viejo alarga la mano y dice:
-Una caridad por amor de Dios.
Cuando reacciono ha cogido el billete y se aleja muy tieso can el cenacho, sin mirarme.
"


Blogs hermanados.