Ya conocemos a Garcilaso. Ya sabemos que el estilo del Renacimiento tiene como ideales de perfección la armonía, el equilibrio, la naturalidad, la sencillez. Hemos comprobado que los sonetos (formas métricas italianas) se acomodan a la lengua castellana (a su ritmo, su entonación, su organización sintáctica) gracias al esfuerzo e inspiración de este poeta modelo de 'cortesano' renacentista (hombre de letras - culto - y hombre de armas - soldado - ). Hemos leído dos sonetos: "En tanto que de rosa y azucena" (soneto XXIII) y "A Dafne ya los brazos le crecían" (soneto XIII); el primero presenta del modelo platónico de belleza femenina e invita a disfrutar de la juventud ('coged de vuestra alegre primavera'..., tópico carpe diem), porque 'todo lo mudará la edad ligera' (tópico tempus fugit); el segundo nos cuenta la historia mitológica de Dafne y Apolo para enseñarnos que no debemos llorar (sufrir), porque con lágrimas (sufrimiento) no solucionamos nada, más bien todo lo contrario: hacemos que 'crezca cada día la causa y la razón' por la que lloramos (sufrimos).
Os invito ahora a un experimento. Imaginaros que queremos leer los dos sonetos de Garcilaso reflejados en espejos cóncavos... En primer lugar nos devolvería el texto invertido, por ser espejo; pero cóncavo quiere decir que deforma la imagen, así que también habría deformación. Si el espejo pudiera reflejar también el contenido (el mensaje), también lo veríamos invertido y deformado (si da risa lo llamamos 'parodia'). La deformación es la cualidad del Barroco. Así que, en realidad, lo que os propongo es volver a leer esos dos sonetos de Garcilaso.... en el Barroco. ¿Sabríais reconocerlos? ... Os doy una pista: aquí tenéis los retratos de dos poetas que vivieron en ese siglo XVII, en ese 'callejón' del Barroco, y dejaron escritos esos poemas en espejos cóncavos...